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(“Cipriano Mera, Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista”)
Serían las dos y cuarto cuando nos encontramos en el Comité de Defensa. Del Rosal llegó a las cuatro y también se presentó Verardini al saber que estábamos allí. Una vez reunidos todos, Val nos indicó que para el día 15 teníamos que estar preparados, al objeto de salir hacia donde las circunstancias lo requirieran. Le expusimos la necesidad de disponer de quince días para reorganizar debidamente la Columna, pues era indispensable que los novatos adquiriesen un mínimo de conocimientos en el manejo de las armas y en la forma de combatir. El teniente coronel del Rosal se mostró de acuerdo con esta proposición y agregó que no tenía que repetirse lo ocurrido en Casavieja, donde el general Asensio nos dejó completamente desatendidos [I]. Val comprendía que se necesitaba cierto tiempo para dedicarlo a la instrucción militar de los milicianos, pero señaló que los momentos que vivíamos no lo permitían.
Convenimos finalmente que estaríamos preparados para el día 15, dándose las oportunas indicaciones en este sentido. Se decidió igualmente crear un Estado Mayor de las Milicias Confederales a las órdenes del Comité de Defensa, formándolo el Comandante Torres, de la Escuela Superior de Guerra; el comandante Urzáiz, del cuerpo de Inválidos; el comandante Tárrega, de Artillería, y algunos oficiales más. Estableció su puesto en el número 1 de la calle Salas. Con este organismo debería relacionarse en el futuro el Estado Mayor de la Columna.
Una nueva reunión tuvo lugar el día 14, en el local del Comité de Defensa, con el teniente coronel del Rosal, el comandante Torres, del Cuerpo de Asalto, Antonio Verardini y yo. Estando reunidos se presentó el comandante Palacios, de Sanidad militar. Se nos dijo que al día siguiente saldríamos para Aranjuez, pues se tenían noticias que desde Toledo avanzaban fuerzas enemigas en dirección a Madrid. Luego, merced a informaciones más recientes, se decidió otro destino: Tarancón. El 15 de octubre, conforme se había previsto, salieron de Madrid la Columna de Milicias Confederales del Centro y la Columna Tierra y Libertad, al mando ambas del teniente coronel del Rosal, llevando como segundo jefe al comandante Torres, de Asalto; el representante del Comité de Defensa era Manuel Valle y el delegado general, yo; el jefe de Estado Mayor era Verardini, y Resa su segundo jefe. La Columna Tierra y Libertad, compuesta de ocho centurias, tenía como delegado a Germinal de Sousa; el Batallón «Mora», con seiscientos cincuenta hombres, estaba bajo el mando del capitán Esteban, con Parra como delegado; el Batallón «Juvenil», también con seiscientos cincuenta hombres, iba mandado por el teniente coronel Orrios, y como delegado Manuel Domínguez; el Batallón «Orobón Fernández», integrado por seiscientos hombres, estaba al mando del comandante Palacios, con Manuel Arenas de delegado, y el Batallón « Ferrer» aparecía mandado por Antonio Cantos, con Carlos Sanz como delegado. Disponíamos de una batería de tres piezas, dos del 7,5 al mando del comandante Resilla y el capitán Esteller, y una del 10,5 mandada por dos extranjeros que había designado Tierra y Libertad; la Intendencia corría a cargo de Nicasio González Inestal y los servicios de Sanidad estaban bajo el mando del doctor Uribe.
Se llegó a Tarancón a eso de las cuatro de la madrugada. El jefe de la Columna ordenó al Estado Mayor que se hiciese un reconocimiento previo para ganar Aranjuez lo antes posible. Nos extraño luego que el teniente coronel instalara su puesto de mando en Alcázar del Rey, pueblo situado después de Tarancón en la dirección de Cuenca. Hicimos mil conjeturas, y al fin, cuando, a las cuatro de la tarde, se dio la orden de salir hacia Cuenca, comprobamos que entre el capitán ayudante y el comandante Torres habían inducido a del Rosal a cambiar de dirección, creyendo sin duda que podrían conquistar Albarracín, Teruel y otros lugares.
Salieron, pues, para Cuenca, los batallones «Mora», «Ferrer» y «Orobón Fernández»; la Columna Tierra y Libertad se fue hacia Priego; el Batallón «Juvenil» y la batería del 10,5 se quedaron en Tarancón de reserva, así como el teniente coronel Orrios, que se hizo cargo de la Comandancia de la plaza. Tuvimos en seguida una reunión con el Estado Mayor para inquirir las causas del cambio. El teniente coronel del Rosal nos dijo que se trataba de asegurar las comunicaciones por la parte norte de Cuenca y tomar el nudo de comunicaciones de Gea de Albarracín, así como aproximarnos a Santa Eulalia y amenazar Teruel, para obligar de esta manera al enemigo a modificar su plan de ataque en dirección a Madrid.
Los delegados preguntamos si estas modificaciones tenían el consentimiento previo del Comité de Defensa, que es el que mantenía la relación con el Estado Mayor Central. Aun cuando se nos contestó afirmativamente, los delegados expresamos nuestras reservas, diciéndole al teniente coronel que el cambio efectuado implicaba una autonomía que no favorecería lo más mínimo las posibilidades de abastecimiento en municiones y víveres; además nos parecía denotar un espíritu de desobediencia que podría acarrearnos graves perjuicios.
-En todo caso -manifesté yo- no es cosa de hacer turismo, yendo de un lado para otro, sino de atacar seriamente al enemigo para obligarle a disminuir su presión hacia Madrid.
Concluida la reunión, el comandante Torres, el capitán Arderíus, el ayudante del teniente coronel y yo salimos en reconocimiento para Beteta (Cuenca), dando con el enemigo en Peralejos de las Truchas. El comandante Palacios, Parra y Verardini hicieron lo mismo en dirección de Royuela y descubrieron las tropas enemigas al noreste de Gea de Albarracín; seguidamente establecieron contacto con una columna nuestra establecida en Royuela al mando del coronel Eixea, del Ejército de Levante. A su vez Germinal de Sousa y un capitán salieron para Villanueva de Alcorón y Zaorejas, observando que el adversario se hallaba al otro lado del Tajo. Por último, yo mismo envié a José Mera y Artemio con dos buenos conocedores del terreno para ver en qué situación se encontraban Tragacete y Huélamo, hallando sólo unos escopeteros en Guadalaviar, Griegos v Villar del Cobo.
De regreso a Cuenca, el día 17, nos reunimos los componentes de las distintas expediciones en el Hotel lberia con el Estado Mayor, y una vez contrastadas las informaciones, se planteó por nuestra parte la necesidad de tener nuestras fuerzas preparadas para atacar el 20. Mostráronse de acuerdo los comandante Torres, Palacios y Resilla, y. el capitán Esteller; en cambio, el teniente coronel del Rosal opinaba que debíamos esperar unos días más. Señalamos que, sin orden alguna, se había optado por el frente de Teruel, y que como ahora se desconocía oficialmente nuestro paradero, podíamos operar sin esperar orden superior y hacer sentir así al Estado Mayor Central que nuestra presencia aquí era útil.
Aceptado finalmente nuestro punto de vista, se decidió situar al Batallón «Orobón Fernández" en Priego; los Batallones «Ferrer" y «Mora" en Tragacete, y la Columna Tierra y Libertad en Beteta. Dos días tardamos en colocar.debidamente las distintas fuerzas en los lugares señalados. Concluida la instalación, se dispuso el ataque de Guadalaviar, Griegos y Villar del Cobo, que estaban en poder del enemigo.
A las seis de la mañana del día 20 se encontraba ya en disposición de marcha el Batallón «Ferrer". Dividido en dos pequeñas columnas, una al mando del capitán Cantos y otra a mis órdenes. El teniente coronel me recomendó que, una vez ocupados los pueblos citados volviera al punto de partida. La columna de Cantos salió de Tragacete por un camino de cabras que conduce a Guadalaviar, pasando por La Mogorrita; mi columna tomó otro camino de cabras, para atravesar el Tajo y llegar al Portillejo, posición enemiga, de modo que unos por el norte y otros por el este cayéramos sobre Guadalaviar. Ambas columnas iban acompañadas de enlaces y de conocedores del terreno, puesto que se trataba de atravesar los abruptos Montes Universales. Al alcanzar mi columna el Portillo de Guadalaviar, posición situada a los 200 metros de altura, un grupo de exploración compuesto de diez hombres logró detener a dos personas que se hallaban en unas alturas llamadas del Cuervo, y que resultaron ser el alcalde de Guadalaviar y su hijo.
Había recomendado a los componentes de la avanzadilla que se quitaran toda clase de insignias y que si tropezaban con campesinos les dijesen que eran fuerzas del enemigo; seguidamente debían detenerlos y avisarme. Artemio, que mandaba ese grupo, fue quien me comunicó la detención del alcalde, el cual estaba convencido de que éramos facciosos y los libraríamos de los "rojos». Me lo presentaron, después que nosotros también nos habíamos quitado las insignias, y le pregunté al instante si había pasado por Guadalaviar el capitán Doval. Contestó el alcalde negativamente, pero precisó en seguida que unos días antes había estado en Villar del Cobo. Asimismo declaró que en Guadalaviar, Griegos y Villar del Cobo había unos treinta o cuarenta escopeteros. Cuando le pregunté si el Ayuntamiento respondía a la confianza de los nacionales, me hizo saber que no todos sus componentes eran trigo limpio. Le ordené, pues, la reunión inmediata de los concejales de confianza y que me entregara una lista con todos los elementos de izquierda que hubiera en Guadalaviar para darles su merecido. Tan a plomo hablé que el alcalde creyó verdaderamente que éramos «nacionales».
Apenas terminada esta conversación, se vieron cruzar por la vega a los hombres del capitán Cantos; y el alcalde, asustado, gritó:
-¡Son rojos!
Le pregunté en qué se fundaba, y me dijo que le habían advertido de Tragacete que iban a salir fuerzas rojas en dirección a Guadalaviar. Traté, pues, de tranquilizarle asegurándole que eran elementos «nuestros», pero no las tenía todas consigo.
Me apresuré, por otra parte, a enviar un enlace a Cantos para que su gente también se quitara toda clase de distintivos, comunicándole además que íbamos a emprender la ocupación de Guadalaviar, Griegos y Villar del Cobo haciéndonos pasar por fuerzas facciosas.
La ejecución de esta operación requería gran cautela, pues el enemigo disponía de reservas en Albarracín para poder acudir rápidamente a estos lugares, mientras que las nuestras no llegarían hasta el día siguiente a las diez; por tanto, podíamos pagar muy caras las imprudencias. El plan que hice fue el siguiente: yo me quedaría en Guadalaviar con dos compañías, la otra, a cargo de Saavedra, ocuparía Griegos para dominar las comunicaciones con Bronchales; Cantos se iría hacia Villar del Cobo, de cuyas alturas debía apoderarse sin que la gente entrara en el pueblo. Luego, dominados los tres lugares, Cantos se situaría en Guadalaviar para poder intervenir allí donde las circunstancias lo requirieran.
La operación se efectuó al grito insólito por nuestra parte de ¡Viva España! Fueron ocupadas todas las alturas; se montaron patrullas en los tres pueblos y se estableció un puesto de vigilancia en la comunicación de Gea de Albarracín y Bronchales, que era por donde el enemigo podía venir. Tomadas todas las precauciones, quedaron como jefes del sector el capitán Cantos y Carlos Sanz. Se dispuso asimismo la formación de los respectivos ayuntamientos a base de hombres de derecha y el establecimiento de listas con la gente de izquierdas.
Vale la pena referir lo ocurrido con un muchacho de unos 18 años, y que por cierto no medía más de metro y medio. Al preguntarle de qué partido era, nos respondió que él era de izquierda. Le hicimos ver el peligro que corría al hacer esa declaración, pues debía tener en cuenta que nosotros éramos fuerzas sublevadas. Nos contestó que podíamos hacer con él lo que quisiéramos, pero que era de izquierda y siendo de izquierda moriría. Mientras tanto, la gente mayor, digo, la que pasaba de los cuarenta años, por lo general se mostraba con alegría clamando estar al fin libres de los «rojos». Se deshacían en cumplimientos con nosotros, considerándonos sus «salvadores» y nos obsequiaban con toda clase de vituallas, cosa digna de meditación en estos pueblos miserables de la provincia de Teruel, donde, cuando sabían quiénes éramos, solían negarnos hasta el agua.
Luego me contaron lo ocurrido con los que habían formado los ayuntamientos. El estupor de los improvisados concejales fue enorme cuando les informé que en realidad éramos fuerzas republicanas y todos ellos quedaban detenidos. Entonces se apresuraron a decir que en el fondo eran republicanos y si afirmaron ser de derecha fue para salvarse, pues creían a pies juntos que nosotros éramos facciosos. Se dio por terminada la escena enviándoles a todos a sus respectivas casas, mas teníamos la convicción de que simpatizaban más con el enemigo que con nosotros.
Una vez que el capitán Cantos se hizo cargo del sector, Artemio, Muñoz, el muchacho de Guadalaviar que afirmó ser de izquierda y yo, regresamos a Tragacete, no sin insistirles en las recomendaciones de prudencia. Hicimos el camino a caballo, sin necesidad de enlaces. A nuestra llegada, hacia las diez de la noche, nos enteramos que el Estado Mayor se había ido a Cuenca, dejando para mí el recado de que fuese lo más rápidamente posible a su encuentro. Antes de salir, dispuse que al día siguiente, 21, el Batallón «Mora», al mando del capitán Esteban y de Parra, debería partir de madrugada al objeto de llegar antes de las once de la mañana a Villar del Cobo, y una vez allí dirigirse rápidamente a Trama Castilla, en donde se pondrían en relación con el capitán Cantos, situado en Guadalaviar.
Hice seguidamente el viaje a Cuenca, y a las diez de la mañana estaba con mis acompañantes en Hotel Iberia, donde se había instalado el mando. Como es natural, informé al teniente coronel, con toda clase de detalles, de la operación efectuada. Su contento fue grande al saber que habían caído en nuestro poder setenta escopeteros y que ocupábamos los pueblos de Guadalaviar, Griegos y Villar del Cobo. Al tiempo que me dio un abrazo, del Rosal me dijo que debía quedarme a su lado y no ir siempre con las fuerzas avanzadas. A lo que repuse:
-Déjeme, mi teniente coronel; yo conozco a mis compañeros y es obligación mía ir a donde ellos vayan.
-Bueno, hijo, contigo no se puede. Lo que no olvido es que tú eres el único al que se le hace caso en esta Columna.
-A usted, amigo del Rosal, se le respeta como es debido...
El jefe de Estado Mayor y el comandante Palacios me pusieron, por su parte, al corriente de las órdenes que tenían, o sea encontrarnos a las once de la mañana del día 22 en Royuela para entrevistarnos luego con el coronel Eixea y su Estado Mayor, cuyo puesto de mando se hallaba en las alturas del pueblo. Nuestro jefe de Estado Mayor me refirió una curiosa conversación con dicho coronel en Cañete.
-La tranquilidad en el frente que sus hombres ocupan -manifestó- es absoluta: el enemigo no se mueve y ni siquiera los aviones de éste, que aterrizan en un campo cercano a Albarracín, han bombardeado aún nuestras líneas. Por lo visto el coronel está en tratos con el enemigo, y no quiere que le compliquemos la existencia. El caso es que al exponerle el propósito de entrar en el pueblo, dijo que únicamente lo permitiría si lo respetábamos todo, y en particular la iglesia.
El jefe de Estado Mayor no le contestó nada, por considerarlo inútil. Pero pensó obrar rápidamente, y por ello mañana saldría una compañía del Batallón «Mora», los dos coches blindados de Tierra y Libertad y una batería del 7,5, que, siguiendo la carretera de Royuela, deberían apoderarse de la carretera que va de Albarracín a Trama Castilla, al objeto de asegurar así las comunicaciones de Villar de Cobos, Guadalaviar y Griegos y poder abastecer nuestras fuerzas.
El plan me pareció muy oportuno, pues sin disponer de esas comunicaciones nos veríamos obligados a construir una pista, lo cual supondría varias semanas de trabajo.
Salimos a las ocho de la mañana el teniente coronel, su Estado Mayor, Esteller, Valle y yo, precediéndonos las fuerzas del comandante Palacios, y a las diez y media ya estábamos en Royuela donde se encontraba preparada la compañía, los carros blindados y la batería del 7,5. Pocos minutos después apareció el coronel Eixea con su Estado Mayor. Del Rosal le manifestó la necesidad en que se encontraba de pasar por su sector para poder liberar las comunicaciones de Rovuela a Albarracín y la bifurcación que va a Trama Castilla, a lo que el coronel Eixea le respondió:
-Me veo obligado a negaros el paso, pues me debo al Ejército de Levante y el mando no me ha dicho nada sobre esas operaciones. Comprenderás, amigo del Rosal, que aquí nos encontramos en un frente tranquilo. Y claro, vosotros os vais a hacer vuestras operaciones, pero mañana se nos presentará el enemigo con refuerzos y puedes imaginar el jaleo...
-Date cuenta, amigo Eixea -arguyó del Rosal-, que nosotros tenemos en nuestro poder cuatro pueblos que no disponen de comunicación para poder abastecer nuestras fuerzas. Sólo la liberación de las carreteras mencionadas podrá permitirnos salvar esa dificultad.
-Imposible; no he sido yo quien os ha mandado ocupar esos pueblos.
Intervino el comandante Palacios:
-No ponga inconvenientes, mi coronel, porque de todas las maneras pasaremos para conquistar esas comunicaciones. No nos queda otro remedio.
El coronel exclamó:
-Es usted un insubordinado. Desde este momento queda usted a mi disposición.
Acto seguido ordenó el coronel Eixea a su jefe de Estado Mayor que tomara la filiación del comandante y le abriera expediente por «desacato a un superior».
Hasta entonces escuchaba aguantándome el mal humor, pero viendo como corría el tiempo --eran ya las once de la mañana y nuestra pequeña operación se estaba retrasando--, me acerqué al coronel Eixea y le dije:
-Mire usted, coronel, toda la responsabilidad de atravesar su zona es mía. A lo que parece tiene usted poco interés en ganar la guerra. Lo manifestado por el comandante no es sino el reflejo de la misión que se le ha encomendado, misión que se cumplirá no obstante su absurda oposición. La guerra no se ganará a base de tranquilidad, como usted quiere. Si desea vivir tranquilo solicite el retiro o váyase a una oficina donde el enemigo no pueda acercarse ni por teléfono. Apunte usted, si quiere, mi nombre: Cipriano Mera. Se lo puede comunicar al Ejército de Levante, y así tendrán a su disposición al responsable de la desobediencia.
Me volví hacia el teniente coronel del Rosal y le dije que terminara la discusión; al comandante Esteller le encargué que colocara su batería en posición para poder ayudarnos, y al comandante Palacios y a los enlaces les pedí que subieran conmigo a los coches blindados. En el momento de irnos le deseé buena salud al coronel, el cual se quedó exclamando:
-Esto es injusto, ¡es injusto!...
Durante nuestra marcha el enemigo no apareció por parte alguna; en realidad se trataba de unos cuantos escopeteros y no de tan poderosas fuerzas como aducía el coronel Eixea. Con uno de los blindados, tal como se había proyectado, Palacios y yo liberamos la carretera de Trama Castilla, y a las seis de la tarde las comunicaciones quedaban establecidas. Volvimos, pues, a Royuela, donde nos aguardaba el teniente coronel del Rosal y su Estado Mavor. Este nombró al comandante Palacios jefe de todo el sector, compuesto de mando en Trama Castilla, y las fuerzas del Batallón « Ferrer» quedaron situadas de esta manera: una compañía en las alturas de Griegos, guardando las comunicaciones con Bronchales; otra en La Muela, lugar situado en las alturas de Guadalaviar; una tercera en Villar del Cobo, y, finalmente, la última, de reserva, en Guadalaviar. El Batallón « Ferrer» enlazaba con una de las compañía del Batallón «Mora», situada en las alturas de Trama Castilla, y las otras tres, así como los dos coches blindados, quedaron como reserva en Trama Castilla.
Se proyectó para el 25 de octubre un reconocimiento sobre Albarracín. Pero llegado ese día, el comandante Palacios ordenó a sus hombres comprobar la situación reinante al norte y este de Albarracín, así como en la parte de Nogueras, para ver si resultaba posible ocupar este pueblo, y, en efecto, se ocupó, cayendo además en nuestro poder unos veinte escopeteros. Por eso se aplazó hasta el día siguiente la operación de reconocimiento sobre Albarracín, interviniendo en ella dos compañías del Batallón «Ferrer», otras dos del Batallón «Mora» y una batería de17,5 al mando del comandante Resilla. De reserva quedó otra batería en Royuela al mando del capitán León, así como dos compañías del Batallón «Mora» en Trama Castilla y otras dos del «Ferrer» en la bifurcación de la carretera de Royuela a Trama Castilla. El objeto era tomar las alturas existentes frente a Albarracín y cortar las comunicaciones con Teruel.
Hacia las dos de la tarde las compañías del Batallón «Mora» se dirigieron a la parte norte para alcanzar las posiciones señaladas, mientras que las del «Ferrer» hacían lo mismo por la parte este, objetivo cumplido satisfactoriamente a las seis de la tarde. Las fuerzas enemigas se concentraron en la catedral para defenderse desde allí, y las nuestras recibieron órdenes de efectuar una tarea de simple hostigamiento. Entre tanto se hizo entrar en acción una de las compañías que dejamos de reserva, la cual atacó el pueblo por uno de sus flancos. Sucedió entonces que las dos compañías ocupantes de las alturas, al ver que fuerzas nuestras atacaban y habían conquistado las primeras casas, abandonaron sus posiciones y se bajaron al pueblo. El capitán Cantos, que las mandaba, rebasando las órdenes que se le habían dado ocupó Albarracín. Pero el enemigo resistía en la catedral, y así pasó la noche. No hubo modo de convencer a nuestros hombres, entusiasmados por la conquista, para que volvieran a sus posiciones de las alturas. Este error nos costó veinte bajas, entre ellas un muerto, pérdida que lamentamos aunque el precio que se hizo pagar al enemigo fuera de diez muertos, todos guardias civiles, más cuatro prisioneros por los milicianos del Batallón «Mora» que operaban en la parte norte.
Al amanecer, el enemigo atacó con dos Banderas del Tercio procedentes de Teruel y algunos moros, apoyados por escopeteros conocedores del terreno. Las cosas empezaron a ir mal para nosotros. A causa de una apresurada orden del comandante Palacios, se hizo adelantar nuestra batería a unos quinientos metros del pueblo y estuvimos a punto de perderla. Se salvó gracias a que el enemigo había volado un puente, el cual quisimos reconstruir para evacuar las tropas internadas en Albarracín, sin que tuviésemos tiempo, resultando allí herido, con inutilidad definitiva, el comandante de Ingenieros Morante, hermano del ayudante de Palacios.
En este contraataque enemigo, el Batallón «Mora» se mantuvo en su puesto, pero las dos compañías del «Ferrer», que por meterse en el pueblo abandonaron las posiciones ocupadas y que debían servir para evitar la llegada de refuerzos, fueron un desastre. Hubo milicianos que se tiraron de cabeza al río, pereciendo dos de ellos ahogados; el capitán Cantos, que mandaba estas dos compañías, tuvo asimismo que lanzarse al agua. Cuando me encontré con él le dije que le estaba bien empleado y que más parecía un instructor de buzos que un capitán de Infantería.
Además le pregunté:
-¿Dónde tienes tu gente?
-No lo sé; tuve que salir del pueblo con estos ocho muchachos, tirándonos al río, porque no teníamos otra escapatoria.
-¿No te da vergüenza decir al delegado de la Columna que no sabes dónde tienes a tus tropas? Amigo Cantos: hay que arreglar esto inmediatamente y no volver a las andadas. Ponte en camino hacia la bifurcación de la carretera de Albarracín con Trama Castilla, que allí tienes a tus dos Compañías, y ocupa con ellas las alturas situadas al este del río hasta enlazar con las fuerzas del capitán Esteban. Yo me voy a encontrar a éste y luego pasaré a verte. Sin querer serlo, me veo obligado a ordenar como un militar.
Antes de hablar con Cantos había enviado unos enlaces para que los mandos formaran sus compañías rápidamente. Me fui, pues, acompañado de Artemio García y de Corella, a las posiciones ocupadas por el capitán Esteban. Abracé al capitán y le felicité por su actuación. Le pregunté por Parra, el cual se presentó media hora después. Reconocimos las posiciones y les encargué que procuraran enlazar, antes de las cuatro de la tarde, con las fuerzas del Batallón «Ferrer», limitándose luego a ejecutar únicamente las órdenes que el teniente coronel del Rosal les transmitiera.
A Parra le reproché no haber prestado el apoyo debido al Batallón « Ferrer».
-Esto no está bien -le dije- y no debe repetirse. Ten en cuenta que tu batallón puede encontrarse un día cualquiera en la misma situación, y entonces no te agradaría no recibir ayuda. En esta guerra todos debemos ser solidarios para vencer al enemigo común.
Quiso Parra darme algunas explicaciones, pero le atajé diciéndole que no me hacían falta y que la mejor manera de explicar las cosas era evitar que ocurriesen. Le añadí que, ante tales hechos, para mí no habría ya amigos, sino simplemente hombres que cumplen con su misión o que no la cumplen, y sería inflexible con estos últimos.
Así pasaron unas dos horas. Me dirigí a continuación a las posiciones que se habían asignado al capitán Cantos; al encontrarle le saludé de manera afable y le pregunté seguidamente cómo había situado a sus hombres y si el enlace con el Batallón «Mora» se había efectuado debidamente. Me contestó en forma afirmativa y me invitó a verificar con él el cumplimiento de las órdenes que se le habían dado. Como todo estaba bien, le dije:
-Así se hacen las cosas, amigo Cantos.
-Mira, Mera; lo de anoche te lo explicaré...
-No; no vale la pena. Que no vuelva a suceder y es todo. No olvides que eres capitán y debes cumplir al pie de la letra las órdenes superiores. Ahora vete a comer, pues seguro estoy que no has probado bocado desde ayer. Yo tengo que ver ahora al comandante Palacios.
-Palacios -dijo Cantos- estuvo aquí después que fuiste a ver a Parra. Y me preguntó si sabía por dónde andabas. Me contó que no parabas desde las cuatro de la madrugada y que habías sido tú quien reagrupó mis dos compañías.
-Pues que no tenga que reagrupar a nadie más; ya lo sabes. ¡Hasta la vista!
Serían las seis de la tarde cuando llegué al puesto del comandante Palacios, en Trama Castilla. Me invitó a comer y me informó que el teniente coronel me llamaba a Royuela.
-Sí; ya lo sé. ¿Te habrá reñido, verdad?
-Sí, Mera. Pero, verás: para mí la artillería es un arma más de acompañamiento y a veces el ruido o la presencia de una batería es de gran valor para levantar la moral de la gente; ésta pelea con más ahínco. En el fondo, la culpa de lo de anoche fue de Parra por no prestar el apoyo debido a Cantos, y también un poco de éste al actuar como sargento y no como capitán, pues hubo momentos en que, prácticamente, las dos compañías estaban sin mando.
-De acuerdo, Palacios. Más o menos, así les he hablado yo a los dos.
-Ya lo sé. Me dijeron que habías estado bastante duro con ellos, particularmente con Cantos...
-Mira.., es cierto que Parra no hizo lo que tenía que hacer ante la huida de las fuerzas de Cantos, pero tú no habías previsto ese apoyo o en todo caso no diste orden alguna al capitán Esteban. Lo primero que hice esta mañana fue pedirle las órdenes que había recibido y comprobé que nunca se le dijo que debiera apoyar al Batallón «Ferrer».
-Tienes razón. No les dije nada, al respecto, pero ellos tenían que haberlo visto y no supieron o no quisieron verlo.
-No te esfuerces, Palacios, que yo no hago más que hacerte una reflexión como amigo. Me voy porque es necesario que salga en seguida para Cuenca.
-¿Por qué no te quedas aquí a descansar?
-Pues porque quiero saber lo que ha pasado en Peralejos de las Truchas, donde la Columna Tierra y Libertad tiene orden de efectuar un reconocimiento. Sabes que ese pueblo está defendido a base de guardias civiles, y espero que Germinal me haga personalmente un informe de lo sucedido. Además no quiero que a causa mía Germinal pierda un día más en Cuenca.
Llegué con mis enlaces a Cuenca hacia la una y media de la madrugada. El Estado Mayor ya no estaba en el Hotel lberia; se había trasladado a una de las principales calles de la ciudad, y allí me comunicaron que el teniente coronel tenía que salir al día siguiente, 29, para Valencia al objeto de entrevistarse con el general Caminero y que le era imprescindible mi presencia a su lado.
-Muy bien; que nos den de cenar -les contesté-. Luego saldremos para Priego.
Encargué a Ángel, el chofer, que tuviese preparado un coche; y a los del Estado Mayor les dije que comunicaran al teniente coronel -se me informó entonces que acababa de ser ascendido a coronel- que me iba a Priego para conferenciar con el delegado de Tierra y Libertad, pero que entre dos y cuatro de la tarde estaríamos de nuevo de regreso.
Germinal de Sousa me dio cuenta de todo lo ocurrido. Se había previsto, una vez efectuado el reconocimiento de Peralejos, dejar una compañía en las alturas de Beteta y el resto de las fuerzas acantonadas en este pueblo; pero la gente, al ver que en Peralejos no había más que unos cuantos escopeteros, a los que se detuvo, no quisieron abandonar el pueblo y tomaron unas alturas que hay en la parte norte. La noche transcurrió tranquila, pero de madrugada se presentaron unos doscientos guardias civiles y se entabló el combate. Tuvimos dos bajas y, según parece, se le hicieron al enemigo muchas más. Pero nuestras fuerzas se vieron obligadas a abandonar Peralejos, quedando sólo una compañía en las alturas que van del este al oeste. Ante semejante resultado, no tuve más remedio que decirle a Germinal:
-Mira, va siendo hora de dejarnos de cometer tonterías y hacer lo que se nos manda. Obrar de esta manera no conduce a parte alguna. Tus milicias dependen de nuestra Columna y estáis obligados a acatar las disposiciones de su mando. De lo contrario, actuad por cuenta propia y haced lo que se os antoje, pero, desde luego, fuera de nuestro control. Me encargaré de poner al corriente de esta situación al compañero Val, porque estimo absurdo que actúen por un lado los catalanes y por otro los castellanos. Todos somos compañeros, y así como debemos recibir el mismo trato también debe ser idéntica la misión a cumplir. Además, tu Columna tiene una especie de Comité de guerra que efectúa a su guisa labores policíacas. Debes saber, por ejemplo, que ese Comité impone multas a los desafectos a la causa: si pagan, disfrutan de libertad, y los que no quedan en la cárcel, con lo que se da la impresión de que la lealtad ante nuestra lucha es una mera cuestión de pesetas. Todo esto repercute en la opinión pública, y da a la Columna de Milicias Confederales una reputación que en realidad no merece. Tenemos que evitar, merced a nuestros actos y a nuestra conducta general, que se hable mal de nuestras fuerzas. ¿No te parece, Germinal, que debemos mostrar mejor afán en ganar la guerra y poner término a esas acciones mezquinas peseteras ? -Acepto tus recriminaciones -repuso de Sousa-, pero has de tener en cuenta -añadió- que los catalanes tienen otra mentalidad; y no lo digo por regionalismo, puesto que soy portugués y anarquista, pero es cierto que aparecen diferencias de comportamiento difíciles de evitar . Lo sucedido con el Comité de guerra son deficiencias que espero desaparezcan muy pronto. Debes comprender también que tus milicias cobran semanalmente, mientras las nuestras aún no han cobrado un céntimo de la Generalidad de Cataluña y los muchachos, aunque en verdad no se han quejado, no pueden seguir así. Todo lo demás son cosas propias de la falta de disciplina.
-Pues bien -le contesté-, si te parece, por lo que se refiere al Comité de guerra, te enviaré a Blasco y a Corella, que son los que, en relación directa con el Ministerio de la Guerra, se ocupan de Servicios Especiales (espionaje y contraespionaje), para así unificar la acción, sin que tengan que meterse para nada en otras cosas de tus milicias. En cuanto concierne al pago de haberes, puedo ponerme de acuerdo con Val para que dé de alta a toda la Columna Tierra y Libertad en las Milicias Confederales del Centro, y asunto concluido.
-Me parece bien -dijo Germinal- lo que se refiere a los Servicios Especiales, para que estén controlados por ti, pero discrepo en lo del pago de las Milicias del Centro, puesto que el criterio de estos hombres es de permanecer bajo el control de la Generalidad.
-Como queráis. Pero esta cuestión no debe servir de pretexto para lo de las multas.
-De acuerdo. Ya sabes, amigo Mera, que nunca habrá problemas por mi parte.
Terminado este asunto, le puse al corriente de mi viaje a Valencia, para acompañar al ahora coronel del Rosal. No conozco su motivo, aunque supongo que estará relacionado con lo sucedido con el coronel Eixea y el deseo, al mismo tiempo, de que nuestras fuerzas sean asistidas por el Ejército de Levante. Luego le propuse a Germinal que me reemplazara como delegado general de la Columna durante mi ausencia o si llegara a pasarme algo.
-Ten mucho en cuenta -le dije- que todos los muchachos son iguales. Por lo demás, ya sabes cuál es tu obligación.
-Bien; puedes contar conmigo. Pero tendré también que nombrar yo a alguien que pueda reemplazarme llegado el caso.
-¿En quién piensas?
-En el compañero Asensio.
-Pues me parece -concluí- un acierto.
Nos despedimos. Aproximadamente a las tres llegamos a Cuenca. El coronel y su Estado Mayor estaban comiendo. Les saludamos y nos sentamos también a la mesa. Terminada la comida. Pasamos al despacho del coronel, el cual explicó la visita que debíamos hacer en Valencia al general Caminero:
-En primer lugar, amigo Mera, hemos de cumplir con un deber de cortesía; el general es buen amigo mío. Luego, hay que plantearle las necesidades de la Columna. Finalmente le pondremos al corriente del incidente con el coronel Eixea, pues tal vez éste le haya informado de manera tendenciosa.
-Me parece muy bien -le dije- que vaya usted, como coronel que es, y además jefe de nuestra Columna. Pero a mí no me agrada ir a esos despachos, por el mucho tiempo que se pierde y las pocas facilidades que le dan a uno. Todo son buenas palabras y, luego, de lo dicho no hay nada. Vaya, pues, usted y yo haré aquí lo que pueda.
-No; debes venir conmigo para que te vayan conociendo. Pues tienen de ti un criterio muy equivocado. Tengo empeño en que te conozca el general Caminero.
-Bueno. Iré con usted si insiste. Pero lo que menos me importa es que me conozca el general y el criterio que pueda tener de mí toda esa gente. También yo tengo el mío acerca de ellos. Y ahora hablemos de lo nuestro. Considero, tal como ha quedado la gente en Albarracín, que el Batallón «Juvenil», acuartelado en Tarancón, debiera ir a Royuela, para que pueda reorganizarse el Batallón «Ferrer». En Tarancón habrá, de todos modos, un batallón que según me ha hecho saber Val por un enlace, está organizándose a base de las fuerzas desperdigadas del «Sigüenza», y de su mando se encargará Feliciano Benito, compañero de la máxima confianza.
-Le conozco. Mera. Precisamente iba a proponerte que el Batallón «Juvenil» subiera a Cañete para trasladarse luego a Royuela. Así que de acuerdo. Métele prisa a Val para que organice el otro batallón, pues pronto nos hará falta.
-¿.Quiénes vamos a Valencia, coronel?
-Pues tú, Torres, Arderíus, mi ayudante.
-Por mi parte, si no ve inconveniente, invitaría al compañero Valle. -Bien, Mera, encárgate de avisarle.
Desde el despacho del jefe de Estado Mayor llamé por teléfono a Valle, el cual me dijo que vendría a verme. Le respondí que iría yo a encontrarle en Tarancón, pues quería conocer sus instalaciones. Así hice, con Valle encontré varios compañeros, entre ellos Domínguez, con quien no tenía secretos, por lo cual le pedí estuviera presente en la conversación. Lo primero que le dije a éste fue el haber convenido con el Coronel que al día siguiente subiera con su Batallón «Juvenil» a Cañete para reforzar las fuerzas estacionadas en el sector de Albarracín.
-Me alegro -respondió Domínguez-, pues así me iré de Tarancón, que no me da más que disgustos a causa de los líos que hay, algunos feos,
-¿Ya has castigado al culpable de la ratería del otro día? -Sí.
-Bueno, ten ahora cuidado con ese capitán llamado «Dinamita», pues me han dicho que no hace más que emborracharse. Como yo le atrape, le va a quedar de capitán lo que a mí de cura. Otra cosa: ¿cómo está tu batallón?
-Está bien.
Le di un par de botas de montar y le dije que se fuera a su puesto de mando para recibir personalmente la orden que iban a enviarle. Quedé sólo con Valle y le pregunté cómo tenía organizado todo aquello.
-Pues mira -me dijo-: tengo organizada una sección que se encarga de la propaganda en los aspectos social y político; otra que se ocupa de alistar voluntarios para las Milicias Confederales, y una tercera que lleva el control de las personas adictas a la causa en toda la provincia, así como de las que son significadamente desafectas.
-Me parece bien que se vaya haciendo una selección de las personas aptas para ocupar cargos; deben ofrecer garantías. Hay que acabar con las ligerezas y favoritismos, pues si bien importa nombrar gente capaz, no es menos importante tener en cuenta su moralidad. Para nosotros esto debe ser capital.
-No descuido, desde luego, lo que apuntas, pero tampoco cabe olvidar que nos faltan hombres.
-Eso es cierto, pero aunque se tarde un poco más hay que encontrarlos y orientarlos adecuadamente, pues así nuestro Movimiento ganará cada vez mayor crédito Y no se darán más esos casos bochornosos de que uno controle un coche por su cuenta y otros metan la mano en una tienda o nos ridiculicen poniendo en las casas de lenocinio carteles que dicen: «Requisada por la CNT».
Siguió nuestra conversación sobre el curioso incidente que tuvimos con el coronel Eixea, el comportamiento desigual de nuestras Milicias en el ataque a Albarracín y la entrevista con Germinal de Sousa respecto a la Columna Tierra Y Libertad, para que así pudiera hacer un informe general y lo mandara al compañero Val. Seguidamente le dije que el coronel del Rosal me había invitado a acompañarle a Valencia, y que quisiera que él fuese con nosotros. Me dijo que tenía mucho trabajo, a lo que le contesté que a mí tampoco me faltaba. Le informé igualmente que había dejado a Germinal de Sousa en mi puesto, pues iba siendo necesario que las cosas se hicieran sin necesidad de nuestra constante presencia; de lo contrario, si un día nos ocurriera algo, todo se iría por los suelos. Coincidimos en que había que sacar compañeros del anonimato y ponerlos al corriente para reemplazarnos en caso de necesidad o al menos secundarnos. Por último, le emplacé:
-Bueno, ¿vienes a Valencia?
-Sí, ¡qué remedio!
De vuelta al Estado Mayor requerí la presencia del comandante Ordax Avecilla y el capitán Rojo para participarles una noticia llegada a mis oídos, según la cual se estaban sacando prendas de los comercios requisados de la capital, por medio de vales que llevaban el sello del Estado Mayor de nuestra Columna. Encargué a Avecilla que advirtiera inmediatamente por radio de la anulación de esos vales, que ningún comercio sirviera en lo sucesivo nada por medio de ellos y que cuantos comerciantes tuvieran alguno en su poder se presentaran al cobro el día 1 de noviembre próximo, a las diez de la mañana. Al efecto entregué a Avecilla sesenta mil pesetas para satisfacer esos pagos, pues así sabríamos lo que se había sacado abusivamente de los comercios, quiénes se sirvieron de tales vales y quiénes, al extenderlos, habían dejado en mal lugar el nombre de nuestra Columna. También le recomendé a Avecilla que no discutiera el precio con los comerciantes; caro o barato era preciso pagar para salvar el crédito de las Milicias Confederales. Al mismo tiempo le dije a Rojo que del Estado Mayor no saliese ningún vale más; el jefe u oficial que necesite algo, que se lo pague, pues el gobierno les ofrece lo necesario para sus gastos y los de sus familias.
Llegó entonces el compañero Germinal, charlamos de asuntos referentes a la Columna y le reiteré que al día siguiente, estando decidido el viaje a Valencia, él se quedaría en mi puesto.
1. El teniente coronel del Rosal, como he apuntado antes, no sentía la menor simpatía hacia el general Asensio. Es más, en una ocasión nos quiso convencer de que «había que deshacerse de él» por ser un «enemigo del pueblo». En realidad existía entre ellos una rivalidad de mando. Del Rosal afirmaba que Asensio era un «animal" y protestaba sin cesar de su promoción, cuando a él, no obstante su antigüedad, se le mantenía en un puesto inferior. Así, pues, nos decíamos algunos compañeros que si la guerra que vivíamos no fuese tan trágica, serían para doblarse de risa al ver como se destrozaban entre sí, simplemente por cuestiones personales y de orgullo profesional, esos jefes militares, que eran, en fin de cuentas, de los más valiosos y leales a la causa republicana.
Para resumir lo que ocurrió a continuación decir que Del Rosal, Mera y Valle se entrevistaron en Valencia con el general Caminero, quien a pesar de las buenas palabras no hizo otra cosa que prometer (y solo prometer) unos miles de cartuchos para la columna. Decir también que más tarde se descubrió que los que se aprovecharon del asunto de los vales fueron, en su gran mayoría militares profesionales, entre ellos el propio capitán Rojo y no los milicianos. Más tarde la columna, o mejor dicho parte de ella, sería llamada a defender Madrid, terminando así su periplo por los Montes Universales y la Sierra de Albarracín.
(Extraído de “ATENEO LIBERTARIO VIRTUAL”)